Hermanos

  1. Los recuerdos que me abaten como una peonza. Que me sacuden, que se alejan y vuelven, giran en vórtices cada vez más fuertes. Si se detienen es sólo para retomar velocidades que provocan volteretas y se afincan en sus violentos círculos. Me sorprende la avalancha de detalles que con ellos se van desencadenando, y todo para llegar al único y absoluto convencimiento de que no he conocido a un ser más puro, más sensible y humano, que mi hermano Felipe. Para mí todo un santo. Él pagó por todos nosotros en la familia Rodríguez. Mi hermano Felipe, desde niño, comenzó a sufrir ataques de epilepsia, y por esta razón nuestros padres y todos mis hermanos comenzamos a cargar con tremendas angustias y padecimientos. Nos sentíamos culpables por sus sufrimientos, buscando explicaciones hasta en los designios de Dios o del destino. Cuando caía en garras de aquellos terribles demonios (sus ataques de epilepsia), perdiendo el conocimiento, mordiéndose los labios hasta sangrar y quedando exhausto, nuestro hogar se llenaba de oscuridad, de honda pena e incertidumbre. Recuerdo un día que mi hermano Adolfo musitó la palabra HOSPICIO (sin saber yo qué era eso) para referirse a las tinieblas o temores que en esos momentos se apoderaban de nuestro hogar.

  2. Felipe era cuatro años menor que yo, y entre 1954 y 1958 fue mi compañero inseparable de andanzas por todos los rincones de San Juan de los Morros: caseríos, ríos y montañas. Mi mayor sufrimiento era cuando otros muchachos lo llamaban "el loco" por sus ataques, lo que me llevaba a enfrentar terribles peleas a puños, palos y piedras. Muchas veces llegué a casa descalabrado por estas peleas, con la cabeza y las narices rotas. Todavía me resultan tan vívidas aquellas enfurecidas arremetidas mías contra turbas de otros muchachos, peleando porque "ofendían" a mi hermano, sin yo saber nada de lo que era la locura, aunque me parecía una fea palabra o mancha. Yo, entonces, era capaz de matar cuando peleaba "defendiéndolo". De haber tenido un arma, hubiera matado, de veras.

  3. Mi hermano Felipe fue creciendo, al tiempo también que su problema de la epilepsia iba agravándose. Yo siempre asocié esta enfermedad en él, a su profunda sensibilidad, y llegaba a pensar que se trataba (de un estado y) una condición más bien milagrosa, propia de alguien excepcional, pero que no entendía en absoluto. Felipe era muy nervioso y todo se lo tomaba exageradamente a pecho. Teníamos la seguridad que con él, contábamos con una especie de ser extraordinario, al que debíamos cuidar a toda costa. Se habituó entonces mi pobre hermano a vivir consumiendo barbitúricos, que apenas si atenuaban un poco sus males. Mi papá solía llorar a solas viendo este cuadro, y se le oía decir acongojado: "-Pobre Felipe, porque, qué dura va a ser su vida en medio de gente mala, que no comprende su situación…".

  4. Siendo Felipe un niño de apenas siete años, desapareció de casa. Recuerdo el inmenso revuelo que se armó en el pueblo de San Juan de los Morros, y hubo una gran movilización, de muchas familias, durante horas de la noche y de la madrugada. Rastreamos el río San Juan, uno de sus sitios predilectos. La gente con lámparas, linternas, calzando botas de goma, se internaba por el río recorriéndolo palmo a palmo en todo el sector de la llamada Avenida Los Puentes. Amanecería y ni rastro de dónde se encontraba. De pronto se apareció en casa, como a las ocho de la mañana, desmadejado y lloroso, aturdido, diciendo que se había quedado a dormir en la carpa de un circo que estaba en las afueras del pueblo. Él se entretuvo viendo las prácticas de los malabaristas y equilibristas, y admirado de aquellos entrenamientos se le olvidó el mundo, y allí se quedó hasta el amanecer cuando cayó rendido. Quizás había sufrido un ataque de epilepsia y algún trabajador del circo lo acogió en uno de sus carromatos.

  5. Felipe quería unirse a ese circo y llegó pidiéndoselo a nuestros padres, él amaba las acrobacias en trapecios sobre todo, y las sabía hacer muy bien desde los siete años. Yo creo que él le llegó a decir a los dueños del circo que hablaría con nuestros padres para ver si le daban permiso y terminaba uniéndose a aquellos también sagrados vagabundos.

  6. Teniendo ocho años se cayó desde una altura de cinco metros y se fracturó el cráneo. En esa ocasión mi hermano Argenis lo metió como pudo en una carretilla y así lo llevó hasta el Hospital, donde lo atendió y salvó el doctor José Francisco Torrealba.

  7. En 1959 nos mudamos a Caracas, Felipe cumplía entonces once años. Nos establecimos en el sector La Bombilla, a dos cuadras del parque Los Caobos. Como no podía ir a una escuela por su grave problema de salud, Felipe se dedicó a practicar la gimnasia, haciendo toda clase de contorsiones que maravillaban a la gente que acudía al parque Los Caobos (entonces el más grande de Caracas). Él se lucía haciendo movimientos con una flexibilidad impresionante, colocándose las piernas por sobre los hombros, colgándose de cuerdas de una sola pierna para luego girar a grandes velocidades y hacer todo tipo de piruetas en la cuerda floja.

  8. Mientras el resto de sus hermanos estudiaban (uno escogía la Aviación Militar, otro Filosofía y Letras, el otro Pedagogía, la otra Sociología, otro Matemáticas, otra Farmacia), nuestros dos hermanos elegidos por un destino superior, Felipe y Argenis: no estudiaron nada oficialmente. Felipe desde muy niño comenzó a ganar dinero, tanto, que todos sus hermanos mayores acudían a él para préstamos. De sus actuaciones acrobáticas en ferias, plazas y parques, se iba ganando la vida y ayudaba en casa, porque nosotros siempre hemos sido pobres. Pero había algo más en su sensibilidad, que poco a poco lo fue haciendo declamador, por su excelente dicción y su memoria que eran realmente prodigiosas. Y es que además por parte de mi madre contábamos con tíos y primos que era notables copleros y trovadores llaneros. Se hizo, pues, Felipe de un impresionante repertorio de poesía, tomada del folklor venezolano (de Alberto Arvelo Torrealba, por ejemplo) y de obras como las de Ángel José Buesa y Ernesto Luis Rodríguez. Y así, podía estarse horas recitándolas efusivamente de manera armoniosa y perfecta.

  9. Cuando sus hermanos comenzamos a dejar la casa porque cada quien encontró una compañera y un trabajo y levantaba su propia familia, Felipe no quiso depender de nadie. Buscó también su propio destino a su manera, considerando que le tocaría hacerse solo, llevar su mal como pudiera, y comenzó a escribir versos, poesía. En cualquier evento podía encontrársele declamando, haciendo sus enredos de pulpo con su cuerpo o de equilibrista. Acudía a la radio, se presentaba en un mitin político de la tolda que fuera, también en luctuosos actos o entierros porque le dio por escribir elegías. Cada vez que fallecía un familiar o un conocido él iba al funeral y leía un poema en pleno duelo. A mediados de los sesenta volvió a San Juan de los Morros donde comenzó a ser llamado El Poeta del Pueblo, entonces no había un acontecimiento importante en todo ese extenso estado Guárico al cual él no fuese invitado para que recitara o se explayara con sus artes contorsionistas.

  10. Realmente, ¿a qué trabajo podía en este mundo aspirar mi hermano, sin haber estudiado, sin otro oficio que su afición a la poesía, a vivir en parques y plazas haciendo piruetas y declamando? No podía escribir para pedir un trabajo a nadie, hacer un currículo de nada. Un día hizo uno y escribió en grandes letras "EPILÉTICO" y se lo entregó al gobernador del Estado Guárico. Así era él. Pero tuvo la suerte de que extraordinarios personajes del Guárico conocían de su valía espiritual, principalmente el sabio José Francisco Torrealba.

  11. Otra de sus aficiones fue dedicarse a vender libros a crédito. Llegó a montar una librería que fracasó. Pero iba a la "Librería Mundial" cuyo dueño era el famoso librero José Pachón y se llevaba verdaderos cargamentos que él iría distribuyendo de casa en casa. Se hizo amigo de famosos libreros como los hermanos Castellanos (Rafael Ramón y Jonás), José Rivas Rivas, los dueños de la misma cadena librera Las Novedades (de los Capriles), como también a los de la editorial Vadell Hermanos.

  12. A la final se fue a vivir a un rancho a las afueras de San Juan de los Morros. Se dedicó a pintar mientras vivía con su compañera, la negra Marcela, a quien enamoró en Las Mercedes del Llano. Felipe no pudo tener hijos debido a su enfermedad, y quizá por eso mismo los niños lo adoraban y lo buscaban tanto porque él mismo fue haciéndose eternamente un niño. Era quizá algo único y muy vernáculo aquel matrimonio, de dos llaneros, y verlos pasearse de vacaciones por Caracas, idílicamente tomados de las manos, por El Silencio y los alrededores de la Avenida Urdaneta, sin duda llamando la atención de todo el mundo. Marcela, negra, obesa y de baja estatura (del tamaño de una niña), con un vestido floreado y llevando una flor en su cabeza, cartera colgándole del brazo, de abultado rostro y bastante pintarrajeada de brillantes coloretes en los cachetes, parpados y labios, con grueso collar de pepas de san pedro en su papada. Por su parte Felipe, de impecable liquilique blanco, con sombrero de cogollo y calzando alpargatas.

  13. Felipe acabó dedicándose, como hemos dicho a otros trabajos, convirtiéndose en un verdadero ícono cultural del Estado Guárico. Pero lo que realmente quisiera resaltar de él, era su profunda pureza, sagrada, casi angelical. No teniendo, pues, hijos, su mayor placer era hacer visitas regulares a todos sus sobrinos, llevarles chucherías, entretenerlos con sus habilidades para las artes marciales, sus posturas de yoga, sus declamaciones. Repentinamente podía presentarse en cualquier casa cargado de poesía y recuerdos, porque además sobre cada familia que visitaba albergaba en su cabeza la mayor y más impresionante colección de datos de cada uno de sus parientes y sus relaciones (si las había), con los más destacados personajes culturales del Estado Guárico.

  14. Hay que ver lo que es verse señalado toda una vida como "el loco", y al mismo tiempo jamás inmutarse por eso, y asumirlo como un sagrado don, como lo hacen, por ejemplo, las civilizaciones árabes, y con toda su razón o sin razón escribir un libro titulado: "Los locos son los que saben" o compresiva e impasiblemente aquel "Pueblo chiquito infierno grande". A esos que lo llamaban "el loco", él les sonreía incluso sin ironía, como admitiendo que no se equivocaban porque a la vez para nada él quería ser cuerdo como más. Hay gente que teme volverse loca, cuando lo que hay que de veras temerle es terminar siendo un tipo vulgar. No obstante, siempre pienso con mucho dolor de los golpes que llevó en su vida siendo atacado por los idiotas e imbéciles, siendo el ludibrio de gente vulgar, expulsado de algunas casa y locales, de actos a los que acudía, y a la vez él sin sentirse aludido, sin que ya le afectara porque había llegado a comprender de esa condición tan propia y detestable del mismo hombre.

  15. Vivió por sus propios medios, sin pedirle ayuda ni dinero a nadie. Él más bien daba y prestaba a manos llenas y la gente iba a pedirle a su casa, incluso sus propios familiares. Durante la pandemia, en medio de tantas carencias (sin conseguir los barbitúricos debido a la gran crisis del país) y ganándose la vida como podía, el Covid no lo llegó a tocar y en cambio se llevó a Francisco, nuestro hermano menor (quien velaba por él cada vez que sufría los fulanos ataques de epilepsia). La muerte de Francisco le desgarró el alma, y quedó sólo sin un hermano en San Juan, porque Argenis también había muerto, y otros estaban en Caracas, en Mérida o en el exterior.

  16. Felipe, amado hermano, a quien yo adoraba en silencio, a la distancia, como a ningún otro ser humano he amado.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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